26 feb 2014

La casa

El imaginario de Beca


El abuelo construyó la casa con sus propias manos. Cuando acabó, se sentó en la butaca a fumar de su pipa; y así hizo todos los días en adelante. La lluvia siempre golpeaba los cristales de las ventanas mientras fumaba, pero él decidía ignorar su llamada: su casa era suya y no pensaba permitir el paso del agua intrusa.

Así siguieron cada tarde: la lluvia llamando a la ventana y el abuelo meciéndose en su butaca, exhalando el humo de su pipa. Ignorando la llamada del exterior. A veces la lluvia, enfadada, insistía con un trueno; pero el abuelo se las sabía todas y no se inmutaba.

El día que la abuela murió, el abuelo estaba ya acostumbrado a no percibir el mundo exterior. Dicen que no se dio cuenta; y nadie en la familia tenía claro si recordaba que su esposa había existido salvo una de las nietas, que aseguraba que le había parecido ver una lágrima en su mejilla. Ya no se mecía sólo por las tardes, y a veces la pipa no echaba humo.

Cuando empezaron las explosiones, no les hizo más caso que a los truenos. Truenos que hacían que su mecedora se moviese sola y el humo de la pipa formase figuras extrañas. Cuando los cristales reventaron se limitó a mirar a la ventana con fastidio y a refunfuñar a las gotas de lluvia que se colaban por ella mientras volvía a intentar encender la pipa con una cerilla ya usada.

Un día la pipa cayó al suelo y nadie la recogió. La butaca quedó quieta una hora, dos horas... A la tercera hora comenzaron las explosiones, y la butaca se empezó a mover de nuevo. La lluvia entraba, libre, por las ventanas, buscando unas mejillas que humedecer por su viejo amigo.

Al final fue la casa la que lloró derramando su propia carne en vez de lágrimas. Sus pedazos se rindieron a las bombas que caían, y decidió que no valía la pena sobrevivir al hombre que la había construido. Se llevaron el cuerpo del abuelo para enterrarlo, pero su alma no había residido ahí, sino en la butaca y la pipa que yacían enterradas junto con la casa.

Imagen: Beatriz Pérez | Texto: Carlos Mingorance

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